Hacer nada

Hacer nada, pero nada de nada. ¿Puedes? Estamos tan acelerados durante todo el año que a veces en vacaciones cuesta parar. O bien uno se llena de cosas que hará «cuando no trabaje, cuando esté de vacaciones». Otros optan por buscarse un plan en donde todas las actividades estén programadas, así como cuando éramos chicos e íbamos al colegio y teníamos delimitado el horario del colegio, las extraescolares, si merendábamos en casa de una amiguita o tocaba alguna actividad un poco más libre como ir al parque a jugar.

Lo cierto es que desde edades tan tempranas que estamos muy acostumbrados a seguir horarios. Y eso no es el problema puesto que una rutina, cierta estructura, suele ser interesante sino: la cantidad de horas que estamos ocupados con actividades. Llegamos a casa con escasa energía, si todavía queda algo, y aún quedan cosas por hacer allí. Es extenuante y no nos da la posibilidad de estar con nosotros mismos en silencio, aburrirnos, mirar el techo y escuchar un poco a nuestra manera particular de habitar el mundo.

Hacer nada de nada es una oportunidad para escucharse, parar el motor y dejar de oír el sonido blanco del día a día. Darse la oportunidad de escuchar lo que hay dentro de uno mismo que viene en forma de tararear una canción (de esas que salen arbitrariamente de nuestra cabeza y nos acompañan una parte del día), puede salir en forma de cuento, de una idea que tengo ganas de hacer hace tiempo pero que con todo lo que tengo que hacer durante el día nunca me da tiempo.

Parar a hacer nada nos sirve para múltiples cosas. Primero nos permite saber cómo de agotado está el cuerpo. Si dormimos a pata suelta durante la noche y además nos hacemos una siestita en el sofá, en la tumbona, en la playa o donde pille es que tu cuerpo tenía cansancio acumulado. Dale de comer cosas sanas, sal a caminar, duerme, descansa y verás como poco a poco tu mente y tu cuerpo se van recuperando y van surgiendo nuevas ideas, intenciones, ganas. Convertirlas en acción a un ritmo que se adecue a lo que tu cuerpo y mente puedan sostener es un reto.

Parar a hacer nada también sirve para mirar con una perspectiva distinta. Tanto da si es tu propio salón, un bosque, la ciudad en donde habitas. Cuando vamos recuperando nuestro ritmo interno y realmente estamos con nosotros mismos, es decir: no estoy pensando en lo que acabo de hacer ni en lo que tengo que hacer más tarde sino estoy sumergido en ese exacto momento y escucho, toco, huelo sin problemas mi alrededor. Estar haciendo nada es un excelente punto de partida para mirar situaciones desde otros ángulos, ver nuestra vida con perspectiva. Y lo más importante es agradecer que aquí estamos, haciendo nada, por mucho que eso cueste. ¿Y por qué cuesta tanto? pues porque entra nuestra rencorosa amiga: la culpa.

Con todo lo que tengo que hacer!!! Por favor? ¿Cómo no voy a aprovechar para dar vuelta la casa? Si tengo que quedar con todas esas personas que no me importan pero que dije que vería! ¿Cómo se va a quedar por hacer aquello otro?! Y así.

Podemos ser como una especie de militares , con nosotros mismos y los demás, dando constante trabajo para hacer sin ningún análisis ni estrategia sobre lo que quiero para mí, sobre la energía que tengo en este momento para asumir retos nuevos o antiguos. Hacer nada es una posibilidad para re-valorar decisiones anteriores, darles un giro, preguntarnos qué queremos hacer, que no queremos hacer, si hemos podido con la cantidad de cosas que teníamos programadas el año anterior o si nos hemos excedido y casi nos da un síncope intentando conseguirlo.

Hacer nada puede ser un espacio de honestidad con uno mismo. Entonces: nos conviene. Eso podemos repetirle a nuestra cabeza cuando venga con el cuento de la culpa. Nos conviene no hacer nada. Nos conviene parar y hacer lo que necesitamos hacer por nuestra salud mental y física. Y a partir de ahí tomar mejores decisiones. Si estamos todo el tiempo ocupados, si no podemos dedicarnos ni un momento a parar para nosotros entonces ¿De qué estamos huyendo? Reflexión para otro post.

Dedicarse tiempo

Dedicarse tiempo

Dedicarse tiempo en esta época de multitud de actividades no es tarea fácil. O eso parece puesto que la frase que más se escucha es; «no tengo tiempo para eso». Tenemos habilidad para disponer nuestra agenda de todo tipo de compromisos y actividades pero cuando llega el momento de darnos un respiro, hacer algo que nos gusta o simplemente no hacer nada aparece la frase de «no tengo tiempo».

Y sí que tenemos tiempo, un tiempo determinado, es cierto, para combinarlo con otras cosas, también cierto. Nuestro trabajo está en ordenar y priorizar el tiempo de tal manera que también nuestras necesidades queden cubiertas. Hay toda clase de maneras de dedicarse tiempo a uno mismo. Algunos prefieren caminar, otros nadar, otros sentarse a pensar, leer un libro, bailar, cocinar, tocar un instrumento, escribir, lo importante es que cuando estés inmersa/o en ese momento te sientas relajado, y lo hagas a tu ritmo. Recuperar el ritmo interno es importante y esta actividad que nos da paz y alegría nos ayuda con eso. Tomar consciencia de que somos capaces de hacer muchas cosas distintas al día, cronometrados, con fechas de entregas, horarios rígidos, etc. nos lleva a un estado de estrés (que aunque sea controlado en algunos casos) tiene impacto en nosotros tanto a nivel psicológico como físico. No tener oportunidad de recuperar nuestro ritmo interno nos puede generar cansancio crónico, insomnio, problemas gastrointestinales, dolor de cabeza, entre otros síntomas psicosomáticos. Recuperar nuestra consciencia corporal para escuchar las señales de nuestro cuerpo y dedicarnos el tiempo necesario para recuperarnos es esencial tanto para nuestra salud física como mental.

Hay veces en las cuales una persona está perdida y no sabe identificar cómo puede dedicarse tiempo, qué puede hacer para sentirse bien. Es una excelente oportunidad para explorar cosas nuevas con otros o con nosotros mismos. El no saber puede genera ansiedad mientras no lo aceptamos, una vez logramos aceptarlo es la base oportuna desde donde salir a explorar. Acordarnos qué nos gustaba hacer de pequeños puede darnos pistas. Hacer algo por fin sin la determinación de que sea productivo sino que nos genere placer. Si voy a pintar no es para hacer el mejor cuadro que haya hecho, sino porque me gusta pintar. Cambiar esa manera de enfocar la actividad es lo que marca la diferencia entre que nos genere tensión o satisfacción. Piénsalo. Pasamos muchas horas al día haciendo cosas para que queden bien. ¿Y nosotros estamos bien? ¿Tan importante es el resultado si no estamos disfrutando plenamente el proceso? Nosotros somos la única persona que nos hace compañía desde el primer día hasta el último sin excepción, así que vale la pena cuidarnos y estar primeros en la lista, ¿No crees?

Guarda un ratito al día para ti. Para preguntarte cómo te sientes, qué necesitas. Escucha el cuerpo y dale el descanso necesario, los pensamientos adecuados y tomate el tiempo para hacer eso que te hace sentir mejor. No lo pospongas. Escríbelo en tu agenda y cúmplelo, tal y como haces con todo lo demás. Cómo cualquier hábito a veces puede tardar un poco en implementarse pero después habrás incorporado tiempo para ti cada día que te reportará muchos beneficios, muchos más que si no te dedicaras ese tiempo. De parar un poco y relajarse nuestra mente (tal y como pasa cuando estamos dormidos) se recupera.

Si tienes oportunidad de estar cerca de la naturaleza aprovéchalo, sal del ordenador o de cualquier dispositivo electrónico y escucha el sonido del mar, de los árboles si están en el bosque. No hay nada como la naturaleza para recordarnos que el tempo en el que interactuamos con el entorno no necesariamente es rápido. Hay un momento para cada cosa y no hace falta estar haciendo más de una cosa a la vez. Si no tienes naturaleza cerca cierra los ojos, escucha el sonido de tu respiración, siente tus propios latidos…Es posible parar. Es posible dedicarse un tiempo. Date permiso.