En nuestro cotidiano nos proponemos miles de palabras, gestos, miradas, pausas, silencios, suspiros, pensamientos, proyecciones, deseos, recelos, estrés, miedos, y otras tantas informaciones que tratamos, como podemos, de encajar e integrar. Al estar acostumbradas a todas ellas en ocasiones se nos hace difícil quitar el “piloto automático” y vamos a toda prisa. Cuando nos preguntan cómo estamos se nos hace un nudo en el estómago porque en realidad no tenemos ni idea y muchas veces odiamos la preguntita inquisidora (que seguro viene sin mala intención) porque para responderla con sinceridad una tiene que salir del piloto y por eso muchas veces la conversación se termina con una mueca extraña, juego de hombros y la palabra bien.
Ni que hablar cuando a nuestro cuerpo se le da por aparecer en escena para llamar nuestra atención: Dolor de cabeza, tensión en la espalda, dolor de ovarios, resfriados, taquicardias, etc. Ahí entonces nos ponemos de mal humor y llega el pensamiento catastrofista: Lo que me faltaba! O el clásico: ¿Por qué todo me pasa a mí?
Es decir, leemos las situaciones por las que atravesamos principalmente como negativas y los avisos de nuestro cuerpo como una amenaza.
Ahora bien, podemos seguir nuestro día a día alimentando la sensación de calamidad o intentar focalizarnos en estar presentes en cada situación por separado. Si cuando te despiertas lo primero que haces es agobiarte por todas las cosas que te quedan por hacer es normal que después estés parte del día o el día entero con sensación de agobio. Estar pensando en el futuro todo el tiempo genera ansiedad. Lo mismo que estar pensando todo el tiempo en el pasado genera melancolía. Vivir en el presente te da la posibilidad de ir tintando cada momento con el color adecuado en vez de que todo tenga la misma capa. Cuando te despiertes hacer cosas tan simples como; tomarte unas respiraciones, suspirar, pensar en la suerte que tienes de estar viva con un día por delante, y pensarte con intención amorosa pueden suponer una ayuda en tu cambio de actitud.
Si vas corriendo, estresada y pensando lo peor en cada momento no esperes ser asertiva, sentirte tranquila y tener tu creatividad tan disponible. La diferencia está en la actitud. Si no puedes cambiar (a corto plazo) el número de actividades que haces y deberes que tienes siempre puedes cambiar tu actitud, tus pensamientos y cómo te tratas a ti misma.
El estar en el presente te ayuda a darte los permisos necesarios cuando necesitas parar, pensar, reflexionar, respirar, sentir, desear, descansar…Todas estas pausas son parte del camino. Y no cualquier parte sino una muy importante. Es la que te permite sacar tu baremo y hacerte consciente de cómo te sientes, qué necesitas y que vas a desechar. Si no paramos vamos acumulando: actividades, pensamientos, estrés, encuentros que hacemos “por obligación” y otra sarta de cosas que ya sabes que no te hacen bien pero no sabes cómo parar. O sí lo sabes pero eso requiere que te pongas a ti en el centro de tu vida, te escuches y te animes a vivir de manera coherente con tus sentir.
Así entonces la manera en la cual te diriges a ti misma es relevante. No todos los días son iguales, no todos los días nos traen las mismas cosas. Afrontar cada día pensando/sintiendo que hay posibles sorpresas que ni te imaginas te devuelven esa mirada de inocencia que es el escalón para la curiosidad y la admiración, ambas enfrentadas con la indiferencia y la alarma.
Trátate bien. Tente paciencia. Esfuérzate para conseguir lo que anhelas con amabilidad y ecuanimidad. Pide lo que necesitas. Deshecha lo que ya no te sirva. Hazte preguntas que te ayuden a bucear en tu fuero interno y respóndete cuando te hayas dado el espacio para integrar la pregunta y la respuesta. Tú eres la dueña de tu vida. No importa donde vivas ni con quién. Ponte al mando y sé la mejor líder posible. No tienes más que confiar en ti misma. Cuando lo hagas las respuestas llegarán.