Aprender a decir que no. Poner límites. Resistir a la condescendencia de cumplir con necesidades ajenas. Son todas herramientas importantes que requieren de práctica y que nos dan a cambio salud mental y tranquilidad.
Ahora bien, para muchas personas poner límites es difícil. Las explicaciones a esta dificultad suelen ser frases del estilo: «Es que no sé cómo se hace», «No me sale», «Me siento una borde», «Me sale sólo si me enfado». Y sí, cuando no estamos acostumbrados nos cuesta más, como cualquier cosa con la que tengamos poca práctica.
Ahora bien, muchas veces estas frases de excusa sobre las causas por las cuáles no ponemos límites vienen de unas creencias que, a menudo no están del todo contrastadas. O tienen más que ver con proyecciones que nosotros mismos hacemos que con la realidad.
Te pongo un ejemplo: En el trabajo alguien te da más trabajo del que te corresponde, no es la primera vez, pero como prefieres no confrontar y preguntar el porqué eres el destinatario de ese trabajo extra aceptas el encargo no sin enfado y frustración. A la semana siguiente misma situación, y si se sigue repitiendo lo más probable es que cuando hagas el intento de poner el límites lo hagas enfadada/o y falles en comunicarlo. Entonces se graba esa experiencia y crees/piensas/sabes que «Me sale sólo si me enfado y termino siendo borde».
El tema es que has puesto el límite tarde. Has aceptado una situación que no querías aceptar. Las razones por las cuales decidimos aceptar; con infinidad de reservas en nuestro interior, situaciones o acciones con las que no estamos de acuerdo son diversas. Podemos pensar que si no aceptamos van a tener una actitud negativa hacia nosotros, vamos a mancillar nuestra imagen de «buenas personas». Aquí el tema son las expectativas y la máscara que estamos protegiendo de nosotros mismos.
Si tenemos la máscara de «Soy muy bueno»: tanto que nunca digo que no aunque termine exhausto/a es posible que aceptemos muchas más cosas que las que en realidad son saludables para llevar una vida equilibrada y plena. Estar a merced de las expectativas de los demás y de las proyecciones que nosotros hacemos sobre lo que los demás esperan de nosotros nos lleva a un cansancio extremo, frustración, no poder vivir relaciones sanas y no saber gestionar nuestro tiempo.
Aprender a poner límites es imprescindible para construir nuestra autoestima con base firme. Cuando ponemos límites ocurre que estamos activando esa parte de nosotros que acciona, que toma decisiones, que en base a hechos va adquiriendo experiencias sanas porque puso a prueba sus creencias y confrontó la realidad. Lo que está en nuestra cabeza puede parece muy real, tan real como una verdad absoluta (de esas que no existen) pero las sentimos así. La confrontación nos ayuda a poner en perspectiva esa creencia. Convertirse en seres adultos tiene que ver con ser capaz de ver las situaciones con más que una perspectiva. Ser capaces de imaginar que las cosas pueden ser de manera diferente. Poner límites es ponerse en contacto con nuestra creatividad también. Defender el tiempo que tenemos para realizar las acciones que PARA NOSOTROS SON IMPORTANTES son clave para estar seguros de que estamos en nuestro centro. Tenemos que aprender a preguntarnos qué queremos y qué no para comunicarlo de manera clara.
Al principio, cuando aprendemos a poner límites podemos ser un tanto toscos, o los ponemos a destiempo. No importa. Más vale persistir en la práctica porque es la manera de que, con el tiempo, lo ejercitemos de manera natural y no nos lleve tanta energía como al comienzo. Tratare con la misma flexibilidad con la que tratas a los otros, dedícate el mismo tiempo que le dedicas a los otros, ve encontrando una relación contigo mismo que te permita conocerte y aprender a decir que no cuando quieres decir que no sin sentirme mal después.
Poner límites es darnos un cuidado imprescindible en todos los aspectos de nuestra vida.