La duda

 La duda

Estar en un estado de duda permanente nos drena la energía vital. No nos deja ocuparnos de nuestro día a día, nos crea un velo espeso que nos hace olvidarnos de nuestras necesidades reales. 

Tomar decisiones de todo tipo por supuesto que puede ser un reto, pero darle mil vueltas una y otra vez no va a hacer que la decisión sea mejor necesariamente, en realidad, muchas veces ocurre lo contrario. Uno termina tomando la decisión para “sacarse el peso de encima” y toma una decisión impulsiva sin tener en cuenta todo ese compendio de tiempo que pasó valorando pros y contras. Y ahí está la trampa: porque cuando estamos valorando los pros y contras estamos solamente tomando en cuenta la dimensión racional. Es decir, nuestra capacidad de juicio basado en experiencias anteriores de sentimientos y pensamientos que tenemos en referencia al tema en concreto. Pero nos olvidamos de otra dimensión fundamental que es la irracional, es decir la sensopercepción y la intuición. ¿Qué nos dice el cuerpo y el alma en referencia a esa decisión? Muchas veces hablan, desde el principio, alto y claro pero nos negamos a escucharlas porque no encontramos eco con nuestra parte racional para justificar ese “sentir” sensoperceptivo y/o intuitivo. 

En general, dentro nuestro sabemos lo que necesitamos y lo que no necesitamos. La duda aparece cuando la racionalidad no sabe qué hacer con esta información y buscamos subterfugios que nos amparen en la tormenta emocional. 

Es verdad que hay que ir practicando esto de escuchar la parte irracional de uno para no confundirse.

Por ejemplo, a veces se puede confundir con facilidad un estado agitado de excitación (típico del deseo hacia algo) con alegría o bienestar. Me explico: que algo mueva mi deseo no necesariamente quiere decir que sí lo obtengo me vaya a proporcionar bienestar, a veces es justo lo contrario o a veces, no sucede absolutamente nada y las expectativas caen en un vacío que cuesta gestionar. 

En general cuando tenemos una información clara de lo que necesitamos nos produce paz interna, sensación de expansión, como cuando amanece y la luz va cobrando territorio para desvelar lo que sí hay. 

Si lo que siento es agitación y prisa lo que ocurre es que estoy siendo invadida por un impulso. Espera a que pase, haz otra cosa que no tenga que ver con darle vueltas a algo y es probable que si te estás ocupando sanamente de ti puedas escuchar lo que necesitas hacer. 

Se trata más de lo que necesitamos y no de lo que queremos. Cuando necesitar y querer no van de la mano y hacemos caso al querer, esa decisión tendrá poco recorrido en lo que a nuestra “nutrición de autocuidado” se refiere.  No estoy diciendo que no escuches tus deseos, sino que priorices tus necesidades para que cuando éstas estén sanamente satisfechas puedas ir a por tus deseos. 

Un ejercicio interesante que una puede hacer después de examinar la parte más racional de las dudas que tengamos en referencia a una situación en concreto es simplemente hacer un ejercicio de visualización en dónde nos imaginemos esas posibles circunstancias y ver cómo reacciona nuestro cuerpo e intuición. A veces no sabremos la respuesta pero sí veremos la necesidad de trabajar algo antes de tomar esa decisión. Por ejemplo si nuestro cuerpo reacciona con miedo, podemos preguntarnos: ¿A qué tengo miedo?, ¿El miedo que tengo es funcional o disfuncional?, ¿Puedo hacer algo para acercarme a esta situación con menos miedo o con más herramientas? 

Poner en perspectiva el impacto de la decisión también es otra manera saludable de afrontar la duda. Muchas veces se hace una montaña de ansiedad y preocupación porque tenemos la perspectiva polarizada, esto es que sentimos/pensamos que la respuesta a nuestra duda es “blanco o negro”. Muchas veces hay opciones alternativas dentro de los grises que no nos planteamos. A veces es verdad que tengo que ir al otro polo (momentáneamente) para compensar el desequilibrio, pero el equilibrio está en algún lugar entre esos dos polos, en la integración de los opuestos. Muchas de las decisiones pueden vivirse como totales o finales, es decir, de manera dramática y la realidad nos ejemplifica que no suele ser así. Tenemos derecho a ir tomando decisiones parciales, temporales, para ver si hacemos pie en ellas o si necesitamos retroceder un poco o avanzar dependiendo de como se encuentre la marea. La vida es una danza constante, nos encantaría encontrar ese lugar de quietud segura donde todo funcione para siempre jamás pero simplemente, no funciona así. 

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