El deseo nos pone en movimiento, es un motor a partir del cual se enciende aquello necesario para salir de situaciones, caminos, relaciones, etc. Es necesario como llama interna que nos saque del aletargamiento y la pereza. Puede ser impulsor de metas y proyectos así como sueños largamente imaginados. Ahora bien, Cuando aquél deseo que nació desde una posibilidad la empezamos a moldear en algo que “nos convenga”, “nos sea de utilidad”, «nos sea productivo” ,»se ajuste a nuestras necesidades” u otras particularidades del ego es cuando pueden empezar a tornarse peligrosas.
No quiere decir que dimensionar el deseo y ponerlo en perspectiva sea negativo. Lo que es peligroso es querer encerrar el deseo en un molde demasiado ajustado y todo lo que no encaje en ese molde lo miramos sin deseo, o peor aún, con desdén. Tendemos a pensar y sentir que si lo que obtenemos no es lo que deseábamos en un principio o no se corresponde con lo que nuestra mente ha diseñado está fallado o falto de valor y por lo tanto es una especie de premio consuelo.
Muchas veces no nos damos cuenta que invertimos gran parte de nuestra energía en materializar exactamente aquello que hemos premeditado y ese agotamiento finalmente se nos vuelve en contra porque perdemos la perspicacia y la creatividad que necesitamos para accionar tomando lo que va llegando y poniendo valor en eso.
La rigidez con la cual nos podemos llegar a abonar en pro de “nuestras geniales capacidades de adivinar el futuro” y “lo que estamos tan seguros que es lo mejor que nos podría pasar” nos nubla, llena de confusión, mina nuestra autoestima porque no entendemos cómo después de haber hecho tantos esfuerzos hemos conseguido algo que no se parece siquiera a lo que pronosticábamos como una genialidad.
Somos capaces de anular las sensaciones de agotamiento, de ignorar las señales de peligro más luminosas y fluorescentes que encontremos en el camino si no están alineadas con las expectativas de nuestra mente. Nuestra realidad es un constructo mental, puede haber (y hay) situaciones tangibles que son hostiles o desfavorables pero nada daña más nuestra percepción que una idea prejuzgada, una sesgada capacidad de mirar o hacer caso omiso a tantas y tantas señales de que hay otros caminos posibles y no querer ni mirarlos por la ventana.
El camino puede variar; en ritmo, en paisaje, en clima, en compañía, en muchísimas cosas. Lo que nos dará una visión más cooperativa de la situación es la curiosidad que es la base de la creatividad. Si antes de salir quiero decidir qué día va a hacer, con quien me voy a encontrar en el camino, qué quiero ver, cuando voy a querer parar, etc y algo de eso cambia…tengo muchas opciones posibles antes de pensar como primera de ellas que es mala, que algo salió mal, que el día se ha estropeado y que ya no sé ni para qué salí de casa.
No es incorrecto porque no es lo que imaginaba.
No está mal porque me cause incomodidad.
No es malo porque no se me haya ocurrido a mi.
Intentemos abrir ese espacio interno necesario para dar cabida a algo más de lo que nuestra mente nos dice que es lugar seguro, porque no siempre lo es. Muchas veces es justo lo contrario. Intentemos poner en cuestionamiento nuestra mente y darle un poco más de voz a nuestro cuerpo, intuición y emociones. Hagamos un uso más equilibrado de todas nuestras funciones psíquicas y dejemos de creer que siempre todo lo que deseamos (en ese molde ajustado y estrecho) es nuestra única y mejor opción.
