Los tiempos en que se dan las cosas que necesitamos rara vez se acercan a los tiempos del ego. Sobre todo en estos tiempos en donde todo va tan rápido, una carrera de fondo con paradas de descanso llenas de culpa y sentimientos de insuficiencia. No nos damos cuenta que cuando no damos espacio a nuestro cuerpo y emociones a procesar lo que está ocurriendo o ni siquiera preguntarnos hacia dónde estamos yendo corremos el riesgo de enfermarnos, principalmente de estrés. Ese estrés nos apremia con sensaciones de hipervigilancia casi constantes, pensamientos negativos (muchas veces paranoicos), fatiga y dificulta enormemente nuestras capacidades cognitivas para tomar mejores decisiones. 

No podemos ver con claridad el entorno si estamos todo el tiempo corriendo. A veces paramos por puro agotamiento, nos desmayamos y al despertar empieza de nuevo la carrera. El contexto empuja hacia un ritmo acelerado, eso no quiere decir que tengamos que dejarnos llevar por ese ritmo. Nuestra cadencia muchas veces no va a estar acorde a ese aceleramiento y eso no quiere decir que hay malo en nosotros o que algo no funciona bien o que no somos lo suficientemente productivos.

Muchas veces parar es la mejor estrategia posible. Para escuchar, para aprender, para tomar decisiones oportunas a nuestra energía, necesidades vitales y emocionales.

Estar disponible todo el tiempo; decir que sí a todo, no poner límites, no hacer preguntas cuando las tenemos son de las dinámicas más comunes en las cuales quedamos atrapados por un rol que aporta mucho a los otros y nada a nuestro Ser. 

Confundimos el Dar con tener la posibilidad de ser queridos y aceptados. Si tenemos que terminar exhaustos para sentirnos amados, ¿No crees que ese vínculo está en desequilibrio?

Puede generar sobresalto plantearse parar porque nos obliga a mirar, sentir y muchas veces cambiar cosas. Pero esa incomodidad vivida en el corto plazo suele ocasionar beneficios a largo plazo en términos de paz interna y de vivir con cierta coherencia interna. 

No somos nuestra máscara. Los roles están encaminados por ciertas conductas y siempre las conductas se pueden cambiar. Podemos ir construyendo roles más flexibles que nos enriquezcan en vez de estancarnos a una escasa manera de vincularnos. 

Una manera sana de ir reorientando esos roles y flexibilizar la máscara es dejar de entrar en conflicto con nuestras emociones. Al Ego no le gusta nada que lo haga sentir incómodo, vulnerable, pequeño o no dueño absolutista de su propio territorio. Para poder doblegar un poco esa manera autoritaria de nosotros mismos es escuchar activamente nuestras emociones. No juzgarlas, no ponerles etiquetas. Simplemente intentar preguntarnos, ¿Qué me está queriendo decir? ¿Qué me cuesta en esta situación? ¿Qué camino me está enseñando? ¿A qué sirve esta emoción? 

Si tomamos nuestras emociones como guía muchas veces nos encontraremos con las respuestas delante de nuestras propias narices. Pero, otra vez, si sigues corriendo no te darás ni cuenta de que eso está allí para ti.