Lo que se dice y lo que se interpreta

por | Autocuidado, Autonomía

Entre lo que se dice y lo que el otro interpreta puede haber un abismo de subjetividad. Uno tiende a sentir y pensar en concordancia con ideas y sentimientos preexistentes en uno mismo, sean conscientes o inconscientes. Por eso es tan difícil identificar el contenido de los mensajes. Aunque hablemos el mismo idioma a nivel racional, a nivel emocional los colores son tan diversos que solemos verlos del color que teníamos previsto en un principio, y cambiar de idea a veces resulta tan difícil como si esa opción no fuera una posibilidad siquiera. Las emociones y pensamientos que proyectamos muchas veces tienen que ver con “hacer de nuestro mundo un lugar seguro”. A veces volviéndonos un poco paranoicos. En este afán de buscar cierta seguridad “pensamos mal” de manera inconsciente para estar preparados para lo peor. Lo hacemos muchas veces sin darnos cuenta, nuestra mente genera posibilidades peligrosas de ensayo para que podamos estar preparados y tener las herramientas necesarias para afrontar con éxito la posibilidad de peligro. El tema está en que como es un proceso inconsciente, en muchas ocasiones, nos protegemos sin necesidad y lo que se envía de manera inocua en el camino cobra un tinte de thriller que nos hace gastar energía, recursos, pensamientos y activa nuestro sistema de hipervigilancia. Siempre con el mismo fin que sí es funcional: estar preparados. Tenemos tanto miedo a sentir dolor que avanzamos en esa subjetividad sin darnos cuenta y terminamos leyendo y sintiendo exageradamente. 

¿Qué me puede ayudar?

Una práctica funcional contra este sistema desvencijado de alarma constante podría ser cuestionar desde la curiosidad lo que llega a nuestra mente. Puedo decirme: vale, me siento así, pero, ¿Por qué es la primera opción? ¿Qué otras podría haber? Sobre todo en aquellas ocasiones en que la primera sensación genere que me sienta a la defensiva o en peligro. 

Lo que se dice y lo que se interpreta. Considera que tu mente elige lo que te hace sentir más seguro, pero como si fuera un adulto sobreprotector: temiendo, en general, lo peor.