¿Cuántas veces hemos querido ir en línea recta hacia un objetivo y hemos tenido que dar unas vueltas más? 

Los objetivos que vamos delimitando a partir del ego son proclives a ver el destino más no a tener en cuenta el viaje en sí. Las metas si las tomamos como faros o guías que vayan alumbrando el viaje nos serán muy provechosas. Si sólo vemos el faro y no tenemos en cuenta todas las veces que el camino se va a poner escarpado, las veces que puede que tengamos clima adverso, el agotamiento mental o físico y otras normalidades de la evolución vamos a frustrarnos, enojarnos, desanimarnos. 

Las vueltas no son errores, ni siquiera tienen que ser problemas a resolver. A veces simplemente están ahí para que tengamos la oportunidad de desarrollar nuestra firmeza, nuestra fuerza y nuestra ecuanimidad. Si cuando aparece “lo no planeado” una se maltrata a sí misma simplemente se va a debilitar. Tanto en energía vital como en el ánimo necesario para esa tarea en concreto. 

Ante la adversidad paremos y miremos lo que necesitamos. Sin juzgarlo. Es imperioso hacer caso a nuestra vulnerabilidad porque es la semilla y abono para poder hacer uso de nuestra fuerza después. Son dos extremos del polo, trabajar con las dos y atender a las dos nos enseña el equilibrio necesario en cada situación. 

Aprender de cada curva del camino, de cuando nos perdemos en el bosque, de cuando nos hemos distraído y no sabemos ni donde estamos. No se siente bien pero de todas formas  es maravilloso porque nos compele a volver a mirar esa brújula interna. Vamos muchísimas veces en automático y ahí es cuando “nos pasamos de la salida”. 

Ir rápido no es sinónimo de llegar antes. Llegar antes no es sinónimo de éxito. Ve a tu ritmo. 

El camino sinuoso vital tiene sorpresas si uno va a la velocidad que le permita mirar.