Había una vez una casa situada en un lugar precioso. Se llamaba la casa de las certezas.

Dentro de esa casa había toda clase de comodidades, todo lo que alguien pudiera necesitar. Estar allí se sentía un lugar seguro, lo que siempre se había querido, lo que cualquiera hubiera elegido. 

Para permanecer allí, había sólo una condición, no abandonarla jamás. 

Esa casa tan hermosa, cómoda y deseada poco a poco fue convirtiéndose un lugar de insatisfacción, porque estar allí (siempre) no permitía experiencias nuevas, nuevos territorios ni la posibilidad de expandirse. Comenzó a surgir una nube gris, una duda constante, una plenitud estéril, un aburrimiento atroz.

Abandonarla era abandonar la certidumbre, la comodidad, lo construído para ir en busca de “…algo que no se que es ni si va a valer la pena…”

La casa se fue volviendo cárcel.

La libertad entraña siempre un riesgo, ese es el coste a pagar. Siempre hay un coste a pagar.

La vida es dinámica y requiere movimiento cada cierto tiempo, requiere que se hagan preguntas y se cuestionen las certidumbres. A veces incluso requiere elegir diferente.

No siempre lo novedoso trae felicidad ni lo conocido aburrimiento. 

No hay prescripciones preestablecidas. 

Cuando surgen dudas, insatisfacción, aburrimiento, miedo a la curiosidad; tomalos como signos, alertas que devuelven tu mirada y tu voz  a lo que para ti es importante, hoy.