El peligro de ir medio dormida por la vida

Quiénes somos no está definido con lo que tenemos, lo que deseamos tener, lo que hacemos o lo que dejamos de hacer. El saber quién es una es un trabajo a tiempo completo y requiere de mimo y dedicación. La buena noticia es que estamos acostumbradísimas a ponerle mimo y dedicación a lo que hacemos, el problema es que muchas de las cosas que hacemos las hacemos por los otros y no para nosotras.

Cuando vamos medio dormidas por la vida es como si sólo viéramos con un ojo, escucháramos por una oreja, etc. Tenemos la perspectiva sesgada. El ir medio dormidas quiere decir que estamos “centradas en el afuera”. Quiere decir que hemos dejado de escuchar nuestro adentro para dar prioridad a actividades, necesidades, objetivos que tienen que ver con conseguir cosas. Quiere decir que hace rato que no nos escuchamos, no le hacemos caso a nuestra voz interna con toda su sabiduría.

El ruido externo nos llena de retos y nos quita tiempo. El ir medio dormidas nos pone en peligro porque nuestro cuerpo está acallado, nos ha dado avisos varios y como no le hemos escuchado hemos terminado normalizando sus alertas. La intuición se merma si no la usamos. Nuestra libertad se oxida sino la ejercitamos. Nuestra creatividad se mustia si todo el tiempo repetimos los mismos actos, las mismas situaciones.

Hay que estar bien despiertas, con los ojos abiertos y curiosos para leer todas las señales. También es necesario hacer un ejercicio de honestidad. Ser honestas para decir lo que pensamos, expresar nuestros sentires, poner límites siendo ecuánimes. Todas esas son señales de salud física, mental y energética.

¿Cuáles son los riesgos a los que nos enfrentamos si vamos medio dormidas por la vida? Son muchos y diversos.

  • Hacer esfuerzos enormes para que todos estén bien aún a costa de nosotras mismas.
  • Permitir que den por sentado que nuestro tiempo y dedicación valga menos que los de los demás.
  • Rodearnos de personas/relaciones tóxicas.
  • Trabajar tanto que siento que sólo hago eso: trabajar.
  • Priorizar al otro cuando deberíamos priorizarnos a nosotras mismas.
  • Haber perdido la voz para decir lo que pensamos/sentimos cuando lo estamos pensando/sintiendo.
  • Decir que si cuando quiero decir no. Decir no cuando quiero decir que sí.
  • No saber lo que quiero ni cómo lo quiero.
  • Permitir que mi camino se vea estancado a la espera de otro/as.
  • Sentir que nuestra opinión no cuenta.
  • No saber lo que necesito.

Y la lista sigue…Seguro que mientras leías se te han ocurrido algunas señales más que indican que la mujer está medio dormida, casi como zombi. Otro está al timón.

Es urgente recuperar el timón. Tomar nuestras propias decisiones. Hacer caso a nuestra intuición. Hacer caso de esa llamada del mar, del bosque, de la montaña. Hacer caso de esa imagen con la que sueñas a menudo, tanto dormida como despierta. Prueba por ti misma qué ocurre cuando haces caso a tu sabiduría interna.

No dejes que nadie decida por ti. Tú eres quien estará contigo incondicionalmente cada día de tu vida, todo lo demás es circunstancial así que ocúpate de tener una buena relación contigo misma. De aprender a escucharte, de aprender a cuidarte como es debido, con la misma dedicación (o más) que cuando cuidas a los otros.

Vale la pena volver a nuestro hogar, siempre que lo necesitemos. Y con hogar no me refiero a dónde vives físicamente, sino donde vive esa hermosa parte tuya dónde se alojan tus luces y sombras. A veces el camino no está señalizado, a veces hay tormenta y seres extraños que te dan ganas de volver corriendo a la superficie, pero si persistes encontrarás el camino, porque es el tuyo y si nos perdemos es porque no prestamos atención a todas las señales que están allí.

Tomate tu tiempo, respira, ponte en pie y vuelve a ti misma. Siempre vale la pena, sin importar lo que encuentres porque al final no hay mejor compañía que cuando te acompañas a ti misma.

La productividad: cuando nos olvidamos de nosotras por cumplir nuestros objetivos.

Apenas abres los ojos empiezas a pensar todas las cosas que tienes que hacer hoy, quizá hasta pienses en actividades que has de desarrollar durante toda la semana. Piensas en todo lo que tienes que hacer y antes de salir de la cama, ya tu corazón late a mil y estás generando estrés en tu cuerpo!

Antes de ir al baño, de tomarte un desayuno, de saludar a tu día y darle la bienvenida estás pensado en lo que tienes que hacer.

 ¿Por qué nos cuesta tan poco centrarnos en lo externo y tanto en nosotras?

 ¿Por qué pensamos que todas las cosas que tenemos que hacer son más importantes que nuestro descanso, nuestra alimentación, nuestras compañías y mantener bajo nuestro estrés?

Ponernos en último lugar no es un sitio saludable en el cual vivir. Primero porque si nosotras no nos priorizamos nadie lo hará por nosotras, así que nada más empezar es una cuestión de supervivencia de nuestra salud: física y mental.

Segundo, porque “estar a tope” todo el tiempo no es viable como estrategia a largo plazo. Se habla mucho del estrés pero aún no somos del todo conscientes de lo importante que es no sentirse agobiada la mayor parte del día. Estar pensando en el futuro genera ansiedad, necesidad de controlar e intranquilidad. Una cosa es planificar y otra rumiar. Si dedicas parte de tu tiempo a planificarte, a decidir y valorar cuál es la cantidad de tiempo y energía que tienes para dedicarle a algo en concreto será mucho más fácil que llegues a tus objetivos, en pequeños pasos y sin agobio. En cambio, si lo que haces es rumiar, permitir que tus pensamientos vayan por caminos de suposiciones de las cuáles no tienes ninguna prueba de que es probable que eso o aquello pase te sentirás cansada, frustrada y estresada sin haber siquiera comenzado con la actividad.

No nos han enseñado lo suficiente a disfrutar. Nos han dicho que hay que conseguir cosas, muchas cosas y en plazos irrisorios de tiempo. Nos han dicho que todos a nuestro alrededor tienen que estar contentos y que esa es nuestra tarea (a pesar de nosotras). Nos han dado deberes y nos han informado muy poco de nuestros derechos. Y nosotras en el afán de ser independientes, de ser mujeres contemporáneas (cumpliendo una cantidad de roles que desbordaría a cualquiera), de ser buenas en todo lo que hacemos nos hemos olvidado de disfrutar. A veces nos lo permitimos y en muchos casos justo después llega la culpa. “Cómo puede ser que esté descansando, riendo, charlando, nadando, comiendo….con todo lo que tengo que ser! Qué irresponsable soy!” Y vuelta a la rueda.

Pues déjame decirte que el disfrute es imprescindible para ser. Y por lo tanto para hacer. Tienes derecho a disfrutar de lo que haces y de lo que no haces. Tienes derecho a parar, respirar, tomarte el día, o lo que sea que tu intuición te susurre.

Aprender a estar en el presente es la mejor manera de ser productivas en la actividad que estemos desarrollando. Estar en el presente significa que le estamos dedicando nuestra energía, nuestra atención, nuestra intención a algo concreto. Estar enfocadas en ese algo nos permite accionar y el accionar es una implicación física y mental que nos acerca a nuestros objetivos de una manera clara.

Disfrutar de lo que hacemos además nos ayuda a ser más productivas. A conseguir mejores resultados. A identificar con mayor asiduidad si eso que haces es lo que quieres hacer. Y sí, hay veces que hay que hacer. Pero: A VECES, no siempre, no todo el tiempo, no por defecto. Parar, planificar, decidir si eso es lo que quieres hacer o esa es la manera en que lo quieres hacer son reflexiones necesarias. Son reflexiones que para estar en nuestro centro tenemos que hacerlas cada semana. No vale la pena llenar nuestra agenda de actividades si más de la mitad no contendrán ningún disfrute. Si ocupamos mayoritariamente nuestro tiempo en acciones que no nos proveen de amor a nosotras mismas nuestra autoestima se resiente, nuestra intuición se resiente, nuestros anhelos se resienten. Y en resentimiento no nos desarrollamos, sólo rumiamos.

Date la oportunidad de producir para ti, por ti. Cambia el enfoque y empieza a dar pasos en dirección correcta. En la dirección que en el fondo, sabes que es la mejor para ti.

Si te interesan talleres en exclusiva para la mujer puedes entrar aquí

Autonomía: Libertad para pedir lo que una quiere

¿Cuál es tu creencia asociada al pedir? ¿Qué sentimientos o emociones te invaden cuando estás en situación en la que necesitas pedir? ¿Logras hacerlo o finalmente decides hacerlo tú misma?

Todas estas preguntas son interesantes que nos las hagamos en distintos momentos de nuestra vida. ¿por qué? Pues porque nos dan información valiosa sobre si nuestras creencias nos permiten un movimiento flexible en nuestra vida o, en cambio, nos sentimos limitadas y con dificultad para delegar, pedir o incluso exigir.

Las mujeres llevamos mucho tiempo, desde que tenemos uso de razón, avocadas al cuidado de otros. En lo personal y también en lo profesional. Llevamos la responsabilidad de ser mediadioras y cuidadoras, quedando poco espacio entonces para poder pedir lo que necesitamos. Nuestra energía está en el dar.

Mucho tiempo haciendo lo mismo puede generar que nos olvidemos de que somos capaces de tener otras experiencias. Poco a poco nos vamos olvidando de nosotras mismas en roles como el de madre, esposa, trabajadora, hija, etc. y además con expectativas muy altas. Tenemos que estar a la altura. Y eso se traduce en olvidarnos de nosotras mismas, hasta el punto de sentir, pensar y realmente creer que cuando se nos pasa por la cabeza dedicarnos tiempo a nosotras mismas somos una egoístas.

Estamos con nuestra energía en dar y en cuidar y cuando se trata de nosotras mismas muchas veces nos maltratamos no durmiendo lo suficiente, no comiendo sano, evitando estar con otras personas que nos enriquecen, haciendo actividades que nos recuerdan nuestro ser mujer y seres humanos sintientes y con necesidades personales.

¿De verdad crees que puedes asumir tantas responsabilidades y cuidados hacia los otros sin poner atención en ti? Y me dirás, claro que puedo! Llevo tiempo haciéndolo. Y es verdad, pero; ¿a costa de qué y de quién? De olvidarte de ti misma.

Ser lo suficientemente autónoma, adulta para aceptar que somos mujeres y no robots teledirigidos es el primer paso para empezar a pedir lo que quieres. Utilizar nuestra voz para decir: “esto no lo quiero”, “necesito cambiar esto”, “ahora ya no me voy a encargar de esto, ¿te encargas tú?”, “¿Me ayudas?”, o “esto es responsabilidad de todos nosotros”, “esta no es mi responsabilidad, sino tuya así que te invito a que encuentres tu propia manera de resolverlo”  son nuevas formas de accionar hacia una vida sostenible, en el cual podamos conciliar nuestro rol de mujer con el resto de roles que hemos decidido desarrollar en nuestra vida.

Pedir no significa debilidad. Significa construir estrategias justas que no nos vacíen de energía que podamos reinvertir en situaciones agradables y que nos coloquen en el foco de nuestra vida otra vez. Es poco probable que si dedicas todos tus esfuerzos a cuidar de los demás y ninguno a cuidar de ti te vayas a sentir plena y realizada por más que ames incondicionalmente a quien estés cuidando. Y de eso se trata nuestro sistema de creencia, que no confundamos amor con esclavitud y dependencia emocional. Uno puede amar a otros y de todas maneras ponerse en primer lugar siempre que haga falta, siempre que sea imprescindible. Y yo te diría que es imprescindible al menos un momento todos los días de tu vida. Dedicarte un tiempo cada día te ayuda a saber cómo te sientes, qué necesitas y como pedirlo. Te acerca a la posibilidad de que no estás sola y que, si dejas de jugar a la mujer maravilla ha personas que pueden formar equipo contigo. Tu pareja, tus hijos, tus padres, tus amigos, tus hermanos, todos ellos pueden estar ahí para ti si sabes pedirlo. Si sabes poner los límites necesarios que marcan una distancia saludable entre lo que te apetece hacer y lo que te sientes obligada a hacer. Pregúntate: ¿me siento obligada porque estoy realmente obligada o porque mi creencia se volvió tan limitante y estrecha que sino hago esto me autocastigo y me siento culpable?

No es fácil cambiar el foco y volver a nosotras mismas, pero es imprescindible. Tu mujer interior, tu sabia interna te está esperando. Lleva llamándote un buen tiempo y es momento de escucharla, de volver a tu centro y desplegar todas esas hermosas herramientas que has ido tejiendo para los demás para usarlas contigo misma.

Autonomía: Libertad para asumir nuestros propios riesgos

Muchas de nosotras tenemos ideas, proyectos, colaboraciones…A las cuáles definimos muchas veces por el alcance monetario y productivo en lo que se traduce. Muchas buenas ideas se quedan en el camino porque en el primer filtro no cumple con nuestras expectativas o no se materializa tal y como lo habíamos imaginado. Y es que queremos que nuestros sueños se materialicen en tiempo récord y con altos beneficios. Es un sueño bonito. Lo que pasa es que nos falta una parte importante e imprescindible: el permiso a validar mis ideas y el esfuerzo que corresponde para que se conviertan en acción.

Muchas veces en el proceso no tenemos en cuenta que no somos robots, en un proyecto hay muchas posibles complicaciones a las cuáles tenemos que predefinir y darles un espacio para poder solventarlas sin que tenga que ser a la fuerza a contra reloj. Cualquier contratiempo que nos encontramos nos pone de mal humor y nos llena de frustración. ¿Por qué? Porque no hemos tenido en cuenta la parte realista; la parte donde hay más cosas a resolver de las que habíamos tomado en cuenta.

 ¿Qué podemos hacer? Además de buscar las soluciones oportunas conviene que aprendamos a tomarnos los retos como parte del camino y tener una actitud ecuánime, proactiva que nos ayude a plantear con creatividad el problema en aras de resolverlo sin que necesariamente suponga un alto nivel de estrés y sensaciones negativas.

La clave está en cómo nos tomamos las cosas y la confianza que tenemos a nuestras ideas. Ese es otro tema importante: validar y valorar nuestras ideas. Si nuestras opiniones cambian con el viento, con la inferencia de las opiniones ajenas, cuando comparamos con proyectos ajenos…tenemos que dejar de tener como referencia las ideas de los otros.

Dale una oportunidad real a tu proyecto o  idea, con esto quiero decir que no te boicotees. Haz un plan realista, toma en cuenta las posibles complicaciones que hallarás en el camino y reserva tiempo para ellas, reserva otro tiempo extra para complicaciones que no te imaginas, es mejor que te sobre tiempo y no que tengas la sensación de que los imprevistos se han comido la mitad de tu planning.

Asume el riesgo, el riesgo de que no a todo el mundo le va a gustar, interesar lo que haces, hay muchas personas que te va a juzgar. Hazlo igual. Atrévete a ser quién eres y hacer lo que quieres hacer. Asume los riesgos que vienen con tus ideas porque son ellos los que te van a enseñar tus fortalezas, el desarrollo de la paciencia, la creatividad para resolver situaciones. Los riesgos son grandes maestros si nos lo tomamos con  calma y serenidad.

 A veces es sólo aceptar el riesgo del “qué dirán” que si lo piensas bien está implícito en casi todo lo que hacemos, lo que pasa que si es idea de otro entonces nuestro ego no está en juego, en cambio cuando somos autores de la idea, nos da miedo que otros no lo validen. Si estás esperando validación del 100% de las personas no conseguirás nunca comenzar a darle vida a tus ideas. Eso no va a pasar. Tienes que darle valor a lo que piensas por ti misma, desarrollar un criterio propio, que esté en equilibrio entre los polos de: lo que quieres hacer y que sea funcional con tu vida.

Date la oportunidad de materializar eso que quieres hacer. Si esa idea vuelve a ti con asiduidad, si sueñas con ella, si cuando la recuerdas sientes calma y paz (además de miedo) entonces vale la pena que trabajes para que cómo le puedes dar vida. A veces necesitas ayuda, alguien que pueda acompañarte a sobrellevar las subidas y las geografías más difíciles con las que te puedes encontrar, o alguien que haya pasado por lo que tú y esté dispuesta a darte consejos y apoyo. Pero recuerda que es tu propio criterio el que se ha de desarrollar y echar raíces sólidas para que no salga volando a la primer tormenta.

Correr riesgos es parte de la vida, ¿cuántas veces corremos riesgos por cuenta ajena que ni siquiera nos planteamos? ¿Por qué es más fácil asumir riesgos de otros que no los nuestros? Porque hemos sido más educadas para acompañar y desarrollar tareas para los demás que nuestras propias ilusiones. Hay tiempo y un largo camino por recorrer, ¿empezamos?

Autonomía: Sentir libertad para decir lo que una piensa

Este aspecto es muy importante en el desarrollo de nuestra autonomía. ¿Cuántas veces pensamos cosas que no decimos? ¿Cuántas veces nos pasa que pensamos que si decimos lo que queremos decir nuestro interlocutor no va a saber reaccionar, o no le va a gustar, va a mostrar su claro desacuerdo, etc.?

Vamos a pensarlo al revés. ¿Cómo te sentirías si alguien tiene algo para decirte pero no lo hace por el miedo a tu reacción o porque da por sentado que no los vas a entender o no vas a poder asumir esa información? Suena injusto cuanto menos! Y es que estamos acostumbrados a pensar lo peor de las situaciones que hemos de afrontar y también nos acostumbramos a subestimar a los demás en las competencias de empatía y entendimiento (entre muchas otras).

Se trata de darnos la oportunidad. Darnos la oportunidad a nosotras mismas de poder explicar sin juicios lo que pensamos y sentimos. Dar la oportunidad a nuestros interlocutores que se expresen con libertad también sin que restrinjamos sus posibilidades. Darle la posibilidad a que, esta vez, puedan suceder otras cosas en la situación. Y sucederán cosas distintas siempre que probemos maneras distintas de comunicación. Si probamos las mismas acciones, nos encontraremos con muy parecidas reacciones y desenlaces.

¿Por qué es tan importante decir lo que una siente y piensa?

Porque es la mejor manera de ser congruente en nuestra vida. Porque dar voz a nuestros sentires y pensares los hace corpóreos, los convierte en materia, en hechos, en deseos, en información moldeable e importante porque procede de nuestro ser.

Porque nos merecemos expresar y compartir nuestras reflexiones acerca de la vida. Porque nos acostumbramos a compartir, a confrontar y a estar con otros. Todas esas acciones nos ayudan a incorporar nuevas maneras de pensar, integrar la sabiduría de los demás en nosotros y dar la posibilidad de que los demás incorporen un poco de nuestra propia sabiduría.

Porque nos fortalece la autoestima el poder expresar. Porque la práctica de expresar y compartir nos devuelve experiencias, nos invita al contacto mientras nuestra creatividad se desarrolla y se va asentando.

¿Por qué cuesta tanto decir lo que sentimos y pensamos?

Además de por las razones que dimos al principio sobre asumir las respuestas de los demás como si tuviéramos una bola de cristal existen otras razones por las cuales decidimos no decir lo que sentimos. Una de las que escucho más a menudo en consulta o en los grupos terapéuticos es: “Si digo exactamente cómo me siento me voy a poner en una situación de vulnerabilidad”. Bien, sobre esta respuesta he de decir que hay algo que no estamos teniendo en cuenta y es que somos seres vulnerables, es decir, ser humanos y sentir y ser sociales significa que somos seres vulnerables. Y esto no debemos leerlo como una connotación negativa. Ser vulnerables quiere decir que somos sintientes, que nos vemos afectados por lo que sucede a nuestro alrededor y por el interior de nuestro ser. Somos vulnerables todo el tiempo, el tema es que no queremos asumir esta vulnerabilidad y vamos por la vida construyendo muros de seguridad, mecanismos de defensa, reacciones y acciones que tienen como fin mostrar que estamos bien equipados con las armas del control, del “nada me afecta” del “puedo con todo” entre otros que seguro ya te han venido a la mente.

Si no estás acostumbrada a ser espontánea en la expresión de tus pareceres date tiempo. Ve intentando de a poco en tu círculo de confianza y no dejes de tomar oportunidades para ello. Aunque sea en pequeñas cosas. La práctica te irá haciendo más asertiva, clara, concisa, date tiempo. No te des por vencida ni a la primera, ni a la segunda, ni nunca. Insiste y date momentos de descanso también. Si algo no sale la mejor estrategia no es castigarte, sino entender que estás dentro de un proceso. Uno de tantos que pasarás en tu vida, aprende a disfrutar tus pequeñas conquistas, y a tomar los fracasos como una parte más de camino, además muy necesario porque extraemos de ellos muchos aprendizajes.

Autonomía: Sentir lo que se siente

Sentir lo que sentimosen lugar de sentir lo que se supone que tenemos que sentir. A veces la distinción no está tan clara y de ahí surgen conflictos e inseguridades. Siendo un tema tan importante, vamos a intentar reflexionar paso a paso. 

La primera parte del camino sería poder dilucidar qué estamos sintiendo. Hay situaciones que son muy fáciles de sentir y que no nos suponen un problema, en cambio, hay otras que nos representan sensaciones paradójicas. Tal es el caso cuando, por ejemplo, algo nos produce placer pero nuestra mente no le encuentra la productividad. O eso que nos gusta no se traduce en beneficios económicos, ahorro de tiempo, o la consecución de un objetivo cumplido, etc. Y es que cuando queremos imponernos una determinada manera de sentir porque es lo que “nos conviene” estamos mermando nuestra intuición y nuestra conexión con quien realmente somos. No todo lo que hacemos y sentimos ha de estar enfocado a nuestra productividad. Es imprescindible poder encontrar momentos para sentir y ser sin prejuicios. Si sientes que estás desconectada de esa capacidad hay algunas acciones que pueden ayudarte:

  • Escribir lo que se te pase por la cabeza sin filtros
  • Escribir cuentos, relatos, viñetas
  • La expresión a partir del arte
  • Meditar
  • Dar un paseo, estar en contacto con la naturaleza, ir a nadar, cocinar, etc.
  • Buscar acompañamiento adecuado que te ayude a desenmarañar los sentimientos
  • Leer y dejarse llevar por la ficción como manera de permitir sensaciones nuevas a partir de relatos
  • Escribir tus sueños ni bien te despiertas para obtener información de nuestro inconsciente sin tantos filtros de la mente racional.

Muchas veces la no expresión de lo que sentimos nos lleva a acostumbrarnos tanto a negar esta faceta que nos desligamos de nosotras mismas, nos olvidamos lo que nuestro cuerpo y nuestra intuición tiene para decirnos. 

Y es como todo, cuanto menos practicamos algo se va estancado nuestro desarrollo en ese sentido. Y cuanto menos lo practicamos menos vamos a confiar en nuestra intuición, en nuestro sentir particular, nuestra visión única del complejo entramado de situaciones a las que nos enfrentamos a diario. 

Negarnos la posibilidad de sentir lo de en realidad sentimos promueve que nuestra autoestima se resienta porque a nivel inconsciente le estamos diciendo a nuestra mente y espíritu: “lo que sientes no lo valido, no tiene valor”. Quitarnos a nosotras mismas la voz tiene repercusiones impactantes en nuestra vida. Es verdad que atrevernos a ser sinceras con nosotras mismas en referencia a lo que sentimos de las personas y situaciones puede parecer que nos trae complicaciones, y es que cuando damos voz a lo que sentimos se acciona la palanca del cambio y necesitamos proveer el presente y futuro con hechos que sean coherentes con ese sentir. Estas supuestas complicaciones no son sino ajustes para partir desde un punto en el cual estemos de acuerdo con nosotras mismas. Es el esfuerzo que se requiere para encauzar nuestra vida en concordancia a quiénes somos, en cada paso del camino.

Las mujeres somos cíclicas, esto quiere decir que nuestra energía, emoción, pensamiento, aportación y capacidades van cambiando a lo largo del mes, y algunos momentos que se nos dan mejor unas cosas que otras. Obtener información en este sentido para que aprendamos a leer la información útil y certera de nosotras mismas es una estrategia útil para volver a poner en valor nuestros pensamientos, deseos, sentires y accionar en concordancia.

 Ser coherente no es misión imposible, es sí un trabajo de compromiso con una misma. Es darnos el permiso para ser quien somos, sentir lo que sentimos, decir lo que pensamos y hacer lo que creemos que nos nutre, nos hace mejores y más expansivas. 

Nuestra autonomía: ser quien eres

Cuando hablamos de autonomía hablamos de la libertad que sentimos y tenemos para decidir y accionar según nuestro propio criterio y no a expensas del criterio ajeno. Desarrollar autonomía requiere de tiempo invertido en el hacer, en accionar y tener experiencia en dilucidar cuáles son las actividades que disfruto y cuáles no. Experimentar a partir de la curiosidad para comprobar mis destrezas, , intereses y límites es un acción interesante a emprender para comenzar en el paso a nuestra autonomía.

Hay algunas consideraciones que estaría bien tener en cuenta para cuidar esta autonomía conseguida o para comenzar a ponerla en práctica si aún no lo has hecho.

Darnos el permiso para ser quienes somos.

En no pocas ocasiones las personas eligen satisfacer una máscara (o varias) que obedece a maneras de ser y estar que no tienen que ver con quien realmente se es. Tanto si insistimos en traer maneras de hacer que en el pasado que fueron aprobadas o si proyectamos en nuestra expresión valores o maneras de hacer de nuestro entorno estaremos gastando energía con el triste resultado de sentirnos vacías porque no hay nada real en nosotras a partir de esa expresión. Somos quién somos en el hoy y eso quiere decir que somos distintas a quienes fuimos ayer y somos distintas a quien seremos mañana. Ser flexible en la manera de hacer y pensar en nosotros mismas es una excelente estrategia para permitirse sentir nuestras necesidades reales del presente y permitirse los mecanismos necesarios para accionar en torno a ello.

 Dejarse un espacio para el auto descubrimiento haciéndonos preguntas como: “¿Esto que estoy haciendo hoy es lo que me acerca más a lo que quiero conseguir? “, “¿La manera en la cual me hablo a mí misma parte desde el respeto y el amor o me castigo?” “¿Estoy gastando o invirtiendo mi energía?” Cuando apostamos por desperdiciar nuestra energía vital siendo lo que se supone que deberíamos ser nos encontraremos con que no solamente no somos felices sino que lo que generamos en nuestro entorno tampoco es positivo. Se requiere de valor para ser quien uno es, primero porque tenemos que descubrirlo constantemente, tener la escucha abierta, ser sensibles a lo que aprendemos y lo que reestructuramos a diario de información. Segundo porque requiere de cierta rebeldía el atreverse a expandirse y darse el permiso a dejar una huella personal en este espacio y tiempo que habitamos. Ahora bien, todo ese esfuerzo que hacemos, ese valor que ponemos en juego será más que recompensado con la vuelta de nuestra intuición, con la sensación de que nuestra autoestima se enraíza y crece fuerte, con sacarse de encima la sensación de tener que pedir permiso para mirar, moverme, hablar de determinada manera….

Las pedidas de permiso al entorno pueden ser sutiles e inconscientes. Se suceden por ejemplo cuando empezamos a decir algo sin seguridad, y alguien nos interrumpe sin que nosotros intentemos siquiera volver a darle voz a nuestro pensamiento. O cuando esperamos que todos estén sonrientes o estén teniendo un buen día para sacar aquél tema espinoso. Se da cuando estamos pensando en algo y no lo decimos porque cuando queremos ponerlo en palabras nos parece una tontería y diez segundos más tarde lo escuchamos de otra persona y comprobamos que era un buen pensamiento. Se da cuando necesitamos de una validación externa a nuestra forma de hacer, pensar y sentir. Es decir, cuando priorizamos el criterio de cualquier otra persona, institución  antes que el nuestro. Como es de entender, al priorizar criterios ajenos vamos socavando nuestro propio criterio. Nos vamos haciendo más sumisas con el objetivo de que los demás estén contentos y a gusto aunque eso signifique que nosotras no lo estemos. ¿Vale la pena? Quizá pueda tenerse la sensación de que a corto plazo puedan conseguirse ciertos beneficios. A largo plazo las cuentas salen distintas. Estar oprimiendo nuestra voz sobre quién somos hoy sólo nos va automatizando a conductas estériles para nuestro desarrollo personal y nuestra capacidad creativa para armar y vivir nuestro mundo de una manera que sea sostenible para nosotras y nuestro entorno.

Quizá al principio sostener la autonomía pueda llevar ciertos miedos asociados, si los miedos te impiden continuamente elegir permitirte ser quien eres hoy busca un acompañamiento adecuado que te permita transitar esa parte del camino hasta que puedas seguir sola.

Date el permiso de practicar utilizar tu voz, tu especial manera de ser y estar en el mundo, siendo quién realmente eres y podrás expandirte.

Date el permiso de ser quien eres.  Date el permiso de crear un impacto brillando simplemente por ser. Sin esconderte. Sin avergonzarte.

Hoy estás aquí, sé quién eres.

Procesar emocionalmente nuestras experiencias

La manera en la cual somos capaces de procesar emocionalmente nuestras experiencias es fundamental. Vivir una experiencia no es lo mismo que procesarla emocionalmente. Después de una experiencia, tanto positiva como negativa, que ha significado más que otras vivencias cotidianas necesita pues, un trato privilegiado.

Una opción bastante común es querer esconder la emoción, hacer como que no ha pasado nada o que hemos salido inertes de tal circunstancia…Cuando estamos procesando una vivencia con sus emociones éstas nos interpelan con preguntas y éstas últimas nos dan la posibilidad de que nuestra experiencia sea fuente de aprendizaje. Poder procesar las emociones nos demuestra la compleja maraña de sensaciones que una sola experiencia nos puede traer y pensar que podemos pasar página sin más reflexión se vuelve una estrategia un tanto irrealista.

Ordenar nuestros sentires, permitirnos saber cómo nos afectan las experiencias a nivel emocional, psicológico y fisiológico es una información no solo relevante sino necesaria para ir surtiéndonos de un autoconocimiento que, sin duda, nos resultará útil en situaciones venideras.

Cierto es que la actitud juega un papel importante. No es lo mismo enfrentarse a las vicisitudes con una actitud positiva, proactiva y flexible a aceptar opiniones que una actitud negativa, derrotista y rígida para con uno mismo. Ahora bien, como sabemos en general, estar todo el tiempo en un polo nos impide ver la profundidad y complejidad de la realidad que transcurre alejada de radicalidades. Con esto me refiero a que hay personas que tienen una actitud positiva, tanto que no se permiten emociones negativas. No se permiten sentirse tristes, pedir ayuda, decir “con esto no puedo/quiero” y otras afirmaciones del estilo. Hay otras personas que con su actitud negativa no pueden encontrar nunca las soluciones puesto que sólo tienen un punto de vista muy cerrado y casi siempre se colocan en un lugar de desventaja (de ahí esa actitud negativa).

Entonces, ¿Cómo hacemos para procesar emocionalmente nuestras experiencias?

Necesitamos darnos el permiso primero para sentir lo que sea que estemos sintiendo, sin que opere el juicio, o si opera no hacerle caso puesto que esto nos limita la experiencia. Una vez nos hemos permitido sentir, podemos hacernos preguntas como:

  • ¿De qué manera siento que esta experiencia me abre una perspectiva?
  • ¿Estoy tendiendo a mirar sólo una clase de información (positiva o negativa)?
  • Estoy interpretando esta situación con la información obtenida de esta misma situación o estoy trayendo experiencias anteriores que, en realidad, no tienen porqué tener que ver con ésta?
  • ¿Puedo describir con claridad lo que siento? Sino es así, Intento ordenar las emociones e intentar describirlas hasta que me encuentre con un relato claro de lo que siento, pienso, necesito.
  • Si es una experiencia positiva, ¿Soy capaz de utilizar mi criterio para no pasar por alto información relevante que pueda necesitar en el futuro?
  • Si es una experiencia negativa; ¿Cuando analizo la situación lo hago a partir del miedo? Si es así, buscar ayuda para relativizar, buscar nuevas perspectivas, etc.

La lista puede ser más larga, se trata de que veas qué ideas de las arriba expuestas te resuenan y comiences tu proceso personal para encontrar tu especial manera de procesar tus experiencias con responsabilidad, capacidad de fluir y amor por ti mism@.

Es importante poder mantener conversaciones de este tipo, con otros y con nosotros mismos. Si eres extrovertida, posiblemente te ayudará compartir la experiencia con otros, hazlo! Sin olvidar desarrollar tu propio criterio y estilo personal. Si eres introvertida posiblemente prefieras analizar la experiencia por tu cuenta, hazlo! Sin olvidarte que a veces compartir puede ayudarnos a abrir las posibilidades existentes.

Darte la posibilidad de integrar las experiencias por las cuales vas transcurriendo es un regalo que nadie más puede hacer por ti.

Tomar decisiones

Cuando tenemos que tomar decisiones se ponen en juego varios factores que pueden hacer este proceso un poco más complicado. La urgencia también afecta este proceso. No es lo mismo tener tiempo para decidir que disponer de un tiempo limitado.

La manera o el estilo de toma de decisiones también afecta. Hay personas que son impulsivas y lo son también en la toma de decisiones, otras ,en cambio, son de las que le dan vueltas a todo muchas más veces de las necesarias. Como siempre en el equilibrio está la clave.

Entonces ¿qué es importante tener en cuenta para tomar una decisión?

Primero intentar estar en un espacio tranquilo nos permite valorar cuáles son los pros y los contras involucrados en este proceso de toma de decisión. Es decir, abordar la problemática recurriendo al análisis. Como si de una película se tratara vamos a analizar cuáles son los personajes involucrados en esta cuestión, cuáles serían los objetivos que tiene cada uno de estos personajes. Además también vamos a tener en cuenta el tiempo que tengo y el contexto en el cual se produce esta problemática.

Bien, ¿Por qué es importante tener en cuenta los objetivos de todas las partes involucradas? Porque tendemos a ver las situaciones desde nuestro particular punto de vista. Al querer conseguir algo nuestra energía está abocada justamente en eso: en conseguir. Esa manera de focalizar el problema nos deja un poco ciegos de la situación porque no tenemos en cuenta que el otro , o los otros, también necesitan conseguir algo. Con lo cual va a ser más fácil si, desde el principio tenemos claro todos los objetivos: los nuestros y los ajenos. Una vez está claro el mapa de la situación con los objetivos y sus personajes vamos a intentar pensar otras maneras de resolver distintas a la primera que se nos ocurre. Esta práctica es interesante para abrir nuevas perspectivas, para despertar nuestra creatividad, y para tener más conciencia de lo que queremos conseguir.

En ocasiones procuramos tomar una decisión sin estar seguros realmente de lo que queremos y cómo lo queremos. En este sentido la urgencia es una mala amiga, así como la impulsividad. Cuándo tomamos decisiones además del análisis también juega un gran papel nuestra intuición. Es decir que vamos a poner en funcionamiento tanto nuestra parte analítica como nuestra parte intuitiva. Para que ambas aprendan a llevarse bien lo que necesitamos es tomarnos el tiempo que necesitamos. Cada uno de nosotros tenemos un ritmo particular de hacer las cosas. Si eres de procesos lentos respeta tus tiempos porque los resultados serán mejores. Ahora bien, si eres de los que le da mil vueltas a las cosas tampoco ayuda quedarse incrustado en una idea. Si quieres darle vueltas a algo, procura que sea de manera creativa como decía al principio. Si te permites nuevas maneras de abordar una idea estás dentro de un proceso equilibrado, cuando sólo dudas y das vueltas a lo mismo una y otra vez estás generándote estrés, frustración y tu autoestima se ve resentida porque no estás confiando en ti misma dentro del proceso.

¿Qué pasa con la impulsividad? Muchas veces tomamos las decisiones de manera impulsiva para sacarnos el problema de encima, este gesto es una mala estrategia puesto que nos lleva a tener después que resolver situaciones añadidas. Si no es el momento de tomar una decisión: no la tomes. Es mucho mejor postergar (tampoco indefinidamente) que accionar sobre algo sin haber tenido en cuenta las repercusiones que tendrá la decisión.

En resumen:

  1. Elige un lugar tranquilo que te permita hablar contigo misma
  2. Piensa en los objetivos de todas las personas involucradas
  3. Analiza la situación como si fuera una escena de una película (te permite un distanciamiento emocional)
  4. Sé honesta con lo que quieres conseguir y la manera en que quieres hacerlo
  5. Utiliza tu capacidad analítica así como la intuitiva para lograr un equilibrio
  6. Cuidado con dejarte llevar por la impulsividad
  7. Evita quedarte estancada en el mismo pensamiento

Cuando necesites tomar decisiones: escúchate y descubre lo que es mejor para ti.

Acompañar los cambios

¿Sabemos acompañar los cambios? Estamos inmersos en cambios constantes. Unos más importantes que otros. Unos con más consecuencias que otros, cambios al fin. Algunos cambios son auto-dirigidos y otros son más bien impuestos.  Estos últimos son los más difíciles de asimilar quizá porque están muchas veces no sincronizados con nuestro ritmo interno hacer las cosas.

Una reacción concurrida ante los cambios que creemos/pensamos/sentimos no podemos controlar es resistirse. Intentar por todos los medios que no ocurra. O retrasarlo o taparlo o cualquier estrategia que utilices. El inconveniente con estas estrategias es que no resuelve el problema y genera angustia porque sabemos que el cambio llegará. En muchas de las ocasiones en que nos resistimos a los cambios tiene más que ver con el miedo que nos infunde este territorio desconocido. Estar en el lugar (situación, persona, aspecto físico, etc.) conocido nos da sensación de control. Ahora bien, el control es una ilusión. Todo escapa a nuestro control de una manera u otra. Quizá lo que necesitamos es aprender a prepararnos para ellos. En vez de luchar en contra podemos poner de nuestra parte intentando que la transición sea amable y tengamos tiempo de aprender e integrar para funcionar mejor.  

Lo desconocido no es sinónimo de malo. También es común que cada uno tenga ya una construcción mental de lo que significa “ese cambio”. Es decir, en nuestra mente creamos una realidad con distintos datos. Estos datos provienen de: experiencias pasadas, creencias formadas por nosotros, expectativas, educación y el contexto social del que provenimos. Si nuestra creencia en esta nueva realidad, en este cambio, está etiquetado como negativo seguramente pondremos en marcha los mecanismos de defensa de los que hablábamos antes intentando retrasar e incluso impedir el cambio. Una pregunta adecuada en esta situación sería: ¿Esta creencia que tengo sobre este cambio de dónde viene? A veces cuestionar lo que creemos, intentar ser objetivos con los datos que tenemos delante es la mejor estrategia porque nos liberamos de etiquetas. Nos damos la oportunidad de reflexionar y tomar decisiones. Accionar en vez de reaccionar.  

¿Cómo acompaño los cambios?

Acompañar los cambios que se van sucediendo en nuestros ciclos vitales va desde permitirnos recabar información hasta replantearnos nuestras creencias.

  • Después de recabar información reflexiona sobre lo que funciona para ti
  • Pregúntate si el miedo al cambio tiene que ver con un miedo tuyo real o más bien tiene que ver con un pre-etiquetado social
  • Intenta pensar con perspectiva y creatividad si estos cambios de hecho pueden traer experiencias positivas 
  • Pregúntate si tus resistencias al cambio tienen que ver con las expectativas que tienen los demás en ti y estás haciendo tuyas
  • Busca ayuda si crees que este cambio pide un acompañamiento

Es normal sentirse a veces paralizado o abrumado por los cambios. La aceptación de estos cambios que se irán sucediendo a lo largo de todo nuestro ciclo vital es esencial para una adecuada salud mental.