¿Cuánto escuchamos nuestra intuición?

Intuición. No es un acto de magia. Es una capacidad con la que todos nacemos y simplemente difiere en lo consciente que lo hagamos y en el empeño que tengamos en desarrollarla. 

Para cada uno funciona de manera distinta, puede ser que nuestro cuerpo nos lo comunique en forma de dolores, molestias, falta de energía cuando la situación/persona sea más bien negativa. Al revés ocurre cuando sentimos energía, nuestro cuerpo está abierto y tenemos capacidad de disfrute.

 Si escuchamos el cuerpo nos da muchísima información sobre cómo estamos, qué nos parecen determinadas situaciones/personas, qué es lo mejor para nuestra salud mental y física. El problema es que estamos desconectados o que hay tantísimo ruido que no nos llega la comunicación. Es difícil recibir tantos imputs y procesarlos. Nuestro cerebro se queda con lo que a nivel consciente pensamos (sentimos, creemos) que será más útil para nuestra supervivencia diaria. Ahora bien, si no estamos bajo la presión de tener que tomar decisiones rápidas (y muchas veces sí que es una opción que tenemos aunque no nos lo parezca) podemos procesar esta información de manera más consciente: encontrando el equilibrio entre lo que hay dentro y lo que hay fuera.  Podemos conectar con el cuerpo a partir de nuestra respiración, o de caminar sobre arena o agua (despertar el cuerpo con sensaciones distintas a las diarias), escuchando música, meditando, haciendo ejercicio, cerrando los ojos, caminando….Tú mejor que nadie sabe cuál es la manera que te conecta más rápido, y sino conviene ir probando hasta encontrarla! Después conectar con “el afuera” que son las expectativas que nos pesan sobre la situación, las obligaciones, la conciliación…La calma y la honestidad con nosotros mismos son las bases para saber lo que mejor nos conviene. 

Escucharnos realmente es poner en práctica nuestra intuición. Darnos la oportunidad de creer, o volver a creer, que nosotros somos los que tenemos las respuestas para lo que necesitamos. Nadie puede hacer el trabajo por nosotros. Nos pueden acompañar, sostener incluso por momentos, pero es nuestro camino, nuestros pasos, nuestras decisiones. A veces nuestra intuición nos comunica de manera un tanto caótica o eso nos parece cuando no le hemos hecho mucho caso en el pasado. Para “ordenar el caos” podemos escribir lo que sentimos o dibujarlo o convertirlo en algo que para nosotros tenga significado. El arte es una excelente manera de convertir nuestro inconsciente y nuestra intuición en símbolos que podamos digerir para después actuar en coherencia. 

La intuición es importante porque en ocasiones nos da la información que nuestro consciente no quiere recoger, bien porque da miedo o porque nos indica un camino en el cual toca ser más valiente, más paciente y que incluye un reto adicional. Si no damos tiempo a integrar toda la información con calma podemos tomar decisiones desacertadas y que, a largo plazo, no nos benefician. 

En esta contemporaneidad en que a veces nos convertimos en sujetos pasivos que sólo buscamos y recibimos información conviene acordarnos de que tenemos el potencial para descubrir qué es lo mejor para nosotros, con honestidad. ¿Le haces un hueco a tu intuición?

Problemas en la comunicación

 ¿Te ocurre que algunas veces quieres comunicar algo y terminas comunicando algo totalmente distinto? Por ejemplo, digamos que tienes que decirle a alguien algo que sabes le va a caer mal pero para ti es imperante que lo sepa. Te preparas, aprovechas un encuentro y empiezas aunque a mitad de frase al ver la cara de asombro del otro terminas diciendo algo distinto, o suavizándolo o…..(rellena con lo que te devolvió tu memoria). 

Bien, es más normal de lo que crees. 

Para entender estas variaciones entre lo que decidimos hacer y lo que en efecto terminamos haciendo tenemos que reflexionar sobre las expectativas que tenemos con aquello que queremos comunicar y las creencias sobre los efectos que tendrá nuestra comunicación en el otro. Con esto me refiero a que nuestra interpretación de la situación muchas veces está desajustada porque puede estar coloreada de los miedos, expectativas y experiencias anteriores. Damos por sentado más cosas de las que somos conscientes y esto puede derivar en que cuando confrontamos la situación nos cuesta escuchar y ver las señales reales de comunicación verbal y no verbal del otro. 

El ejercicio sano de comunicación radica en intentar comunicar en su totalidad aquello que necesitamos que el otro sepa y después escuchar lo que el otro tiene como devolución. Parece simple, pero a la hora de ejecutar esta acción pueden saltar automatismos que funcionan como mecanismos de defensa. Estos automatismos van desde cerrar la comunicación desde nuestra comunicación no verbal (dejar de mirar a nuestro interlocutor, gesticulaciones que denotan juicio hacia el otro, etc.) hasta manifestaciones verbales tales como interrumpir al otro, interpretar lo que el otro quiere decir sin dar oportunidad real de que se exprese, etc.) ¿Cuántas veces te han dicho la frase (o te han dicho) : es que no me escuchas! 

Escuchar y comunicar de manera asertiva y sana conlleva estar dispuestos a invertir un tiempo y una energía en hacer contacto real con el otro. No podemos pretender que nos escuchen si nosotros no estamos escuchando sino sólo tratando de que hagan lo nosotros queremos o nos den la razón. Se hace imprescindible entender que nuestra realidad forma parte de un entramado muy personal en el cual están mezcladas varias cosas: objetivos, creencias, miedos, expectativas, necesidades, ilusión. Y el otro, hemos de entender que tiene su propia realidadcon el mismo complejo entramado así es que si queremos llegar a algún puerto en dónde realmente nos escuchen y nos enteremos de lo que le pasa al otro no queda otra opción disponible que dejar de querer tener la razón y realmente intentar conectar con el otro. Ya habrá tiempo de debatir, matizar, ponerse o no de acuerdo. Nada de eso es posible sino estamos conectados con nosotros mismos y con el otro. 

¿Y por qué cuesta tanto esta conexión? Pues porque percibimos nuestra vulnerabilidad y estar vulnerables con invita a quitarnos nuestras máscaras. Estar sin nuestras máscaras implica bajar nuestras defensas y no nos gusta sentirnos desprotegidos. El problema es que nuestras máscaras obedecen a determinados objetivos y protecciones y cuando la llevamos puesta probablemente nos lleva a reaccionar de una manera irreflexiva y repetitiva. Si queremos accionar en vez de reaccionar es necesario quitarnos la máscara, interesarnos en lo que el otro tiene para decirnos y decir honestamente lo que vinimos a comunicar. Al principio puede resultar complicado pero en la práctica y en la confrontación de realidades se haya la clave para que, poco a poco, nos salga de una manera más orgánica y nuestras máscaras vengan en nuestra ayuda en vez de limitarnos. 

El perfeccionismo

Librar una batalla campal con nosotros mismos, agotarnos hasta el límite para terminar descontentos es una de las maneras de definir el perfeccionismo.

Diferenciar entre: dar lo mejor de nosotros mismos y pensar que somos infalibles creyendo que nuestro esfuerzo solo es válido si es una clon de nuestro ideal. Aquí está la clave para identificar nuestros deseos de irrealidad.

Dar muchas más vueltas de lo necesario a un tema es rumiar y tiene que ver con quedarse estancado en una idea. Este estancamiento no resuelve el problema y además nos genera sentimientos negativos de frustración, tristeza, rabia, y en algunos casos, cuando el perfeccionismo es obsesivo, puede intervenir gravemente con nuestro día a día. Querer hacer las cosas bien nos permite superarnos, ser creativos, desarrollar nuestra autoestima de manera funcional y sana. Querer hacer las cosas perfectas nos sitúa en un lugar imposible en dónde nos olvidamos de nosotros mismos. Poner la cantidad de dedicación, energía y tiempo razonable a una situación, tarea o persona es una gestión sana. Si esta dedicación sobrepasa los límites entonces estamos siendo perfeccionistas.

¿Cómo sé que me estoy pasando? Bien, pongamos algunos ejemplos. Si te llevas el trabajo a casa, es medianoche (o mucho más tarde), se te caen los ojos de sueño y sigues en el ordenador: te estas pasando. Si se te ha olvidado comer, ir al baño, tomar agua y te sientes intranquila o irritado te estás pasando. Si tienes la cabeza embotada, el ceño fruncido como si estuviera tatuado, y una sensación de ansiedad flotante te estás pasando….Seguro que a ti se te ocurren muchas maneras más de reconocer si excedes tus propios límites. Hazle casos a tus señales, que por algo ahí están.

El hecho de que sea tan importante que algo quede perfecto puede ocasionarnos problemas en nuestra autoestima porque se confunde lo que estamos haciendo con quién somos y nuestra valía personal. Si algún proyecto (o conversación) nos sale diferente a lo que teníamos pensado no quiere decir que nosotros somos: malos, ineptos, o cualquier adjetivo cruel con el cual somos capaces de calificarnos. Quiere decir que tenemos que practicar más. Quiere decir que necesitamos quizá más información. O simplemente quiere decir que necesitamos un descanso. Alimentar nuestra salud mental tiene que ver con no confundir lo que hago con quién soy. Las actividades que realizo están sujetas a multitud de factores. Los resultados de esas actividades no pueden ser la base de nuestra autoestima porque entonces estamos situando nuestra felicidad en factores externos a nuestra persona y que escapan a nuestra gestión.

Comprender que podemos equivocarnos es en realidad parte del proceso y que el hecho de cometer estos errores es positivo porque nos ayuda a dar otra vuelta al pensamiento o encontrar otras maneras de hacer. Este aprendizaje es esencial para poder enfrentarnos a proyectos existentes o nuevos sin tener la sensación de que cada actividad es un proyecto titánico. El perfeccionismo nos limita la creatividad y nos promueve la sensación de que cada cosa en la que me voy a embarcar es mucho trabajo, me llevará mucho tiempo y encima no sé si daré la talla.

Nos puede ayudar tener estrategias para ir saliendo del pantano del perfeccionismo. Dedicarnos tiempo de ocio en actividades que hacemos por puro placer nos ayuda. Pasar tiempo con personas que amamos y aprender a reírnos de nosotros mismos es otra buena estrategia. Observar la naturaleza y sus ciclos es otra ya que veremos que no hay perfección sino adaptación, trabajo, y que cada cosa tiene su tiempo. Comenzar un proceso de mirada y trabajo interno, sin duda también nos ayuda.

Hay tiempo para sembrar ,hay tiempo para cosechar y hay tiempo para disfrutar de lo que ya ha crecido… Algunas semillas se convierten en vida y otras no. Donde no ha crecido algo o ha crecido algo con características que no son la que esperábamos es una oportunidad para revisar nuestras expectativas además del trabajo realizado. A veces el resultado (o no resultado) nos permite encontrar nuevas maneras de organización y gestión para desarrollar unos buenos resultados que nos generen alegría en vez de procesos perfeccionistas que nos dejen exhaustos y seamos incapaces de disfrutar.

Pregúntate si vale la pena hacer las cosas para obtener resultados cuyos baremos están creados por ideales inalcanzables y agotarte en el proceso. Pregúntate si vale la pena aceptar que eres un ser humano, que es capaz de hacer las cosas razonablemente bien, aunque no perfectas.

Poner límites

Aprender a decir que no. Poner límites. Resistir a la condescendencia de cumplir con necesidades ajenas. Son todas herramientas importantes que requieren de práctica y que nos dan a cambio salud mental y tranquilidad.

Ahora bien, para muchas personas poner límites es difícil. Las explicaciones a esta dificultad suelen ser frases del estilo: “Es que no sé cómo se hace”, “No me sale”, “Me siento una borde”, “Me sale sólo si me enfado”. Y sí, cuando no estamos acostumbrados nos cuesta más, como cualquier cosa con la que tengamos poca práctica.

Ahora bien, muchas veces estas frases de excusa sobre las causas por las cuáles no ponemos límites vienen de unas creencias que, a menudo no están del todo contrastadas. O tienen más que ver con proyecciones que nosotros mismos hacemos que con la realidad.

Te pongo un ejemplo: En el trabajo alguien te da más trabajo del que te corresponde, no es la primera vez, pero como prefieres no confrontar y preguntar el porqué eres el destinatario de ese trabajo extra aceptas el encargo no sin enfado y frustración. A la semana siguiente misma situación, y si se sigue repitiendo lo más probable es que cuando hagas el intento de poner el límites lo hagas enfadada/o y falles en comunicarlo. Entonces se graba esa experiencia y crees/piensas/sabes que “Me sale sólo si me enfado y termino siendo borde”.

El tema es que has puesto el límite tarde. Has aceptado una situación que no querías aceptar. Las razones por las cuales decidimos aceptar; con infinidad de reservas en nuestro interior, situaciones o acciones con las que no estamos de acuerdo son diversas. Podemos pensar que si no aceptamos van a tener una actitud negativa hacia nosotros, vamos a mancillar nuestra imagen de “buenas personas”. Aquí el tema son las expectativas y la máscara que estamos protegiendo de nosotros mismos.

Si tenemos la máscara de “Soy muy bueno”: tanto que nunca digo que no aunque termine exhausto/a es posible que aceptemos muchas más cosas que las que en realidad son saludables para llevar una vida equilibrada y plena. Estar a merced de las expectativas de los demás y de las proyecciones que nosotros hacemos sobre lo que los demás esperan de nosotros nos lleva a un cansancio extremo, frustración, no poder vivir relaciones sanas y no saber gestionar nuestro tiempo.

Aprender a poner límites es imprescindible para construir nuestra autoestima con base firme. Cuando ponemos límites ocurre que estamos activando esa parte de nosotros que acciona, que toma decisiones, que en base a hechos va adquiriendo experiencias sanas porque puso a prueba sus creencias y confrontó la realidad. Lo que está en nuestra cabeza puede parece muy real, tan real como una verdad absoluta (de esas que no existen) pero las sentimos así. La confrontación nos ayuda a poner en perspectiva esa creencia. Convertirse en seres adultos tiene que ver con ser capaz de ver las situaciones con más que una perspectiva. Ser capaces de imaginar que las cosas pueden ser de manera diferente. Poner límites es ponerse en contacto con nuestra creatividad también. Defender el tiempo que tenemos para realizar las acciones que PARA NOSOTROS SON IMPORTANTES son clave para estar seguros de que estamos en nuestro centro. Tenemos que aprender a preguntarnos qué queremos y qué no para comunicarlo de manera clara.

Al principio, cuando aprendemos a poner límites podemos ser un tanto toscos, o los ponemos a destiempo. No importa. Más vale persistir en la práctica porque es la manera de que, con el tiempo, lo ejercitemos de manera natural y no nos lleve tanta energía como al comienzo. Tratare con la misma flexibilidad con la que tratas a los otros, dedícate el mismo tiempo que le dedicas a los otros, ve encontrando una relación contigo mismo que te permita conocerte y aprender a decir que no cuando quieres decir que no sin sentirme mal después.

Poner límites es darnos un cuidado imprescindible en todos los aspectos de nuestra vida.

Hacer nada

Hacer nada, pero nada de nada. ¿Puedes? Estamos tan acelerados durante todo el año que a veces en vacaciones cuesta parar. O bien uno se llena de cosas que hará “cuando no trabaje, cuando esté de vacaciones”. Otros optan por buscarse un plan en donde todas las actividades estén programadas, así como cuando éramos chicos e íbamos al colegio y teníamos delimitado el horario del colegio, las extraescolares, si merendábamos en casa de una amiguita o tocaba alguna actividad un poco más libre como ir al parque a jugar.

Lo cierto es que desde edades tan tempranas que estamos muy acostumbrados a seguir horarios. Y eso no es el problema puesto que una rutina, cierta estructura, suele ser interesante sino: la cantidad de horas que estamos ocupados con actividades. Llegamos a casa con escasa energía, si todavía queda algo, y aún quedan cosas por hacer allí. Es extenuante y no nos da la posibilidad de estar con nosotros mismos en silencio, aburrirnos, mirar el techo y escuchar un poco a nuestra manera particular de habitar el mundo.

Hacer nada de nada es una oportunidad para escucharse, parar el motor y dejar de oír el sonido blanco del día a día. Darse la oportunidad de escuchar lo que hay dentro de uno mismo que viene en forma de tararear una canción (de esas que salen arbitrariamente de nuestra cabeza y nos acompañan una parte del día), puede salir en forma de cuento, de una idea que tengo ganas de hacer hace tiempo pero que con todo lo que tengo que hacer durante el día nunca me da tiempo.

Parar a hacer nada nos sirve para múltiples cosas. Primero nos permite saber cómo de agotado está el cuerpo. Si dormimos a pata suelta durante la noche y además nos hacemos una siestita en el sofá, en la tumbona, en la playa o donde pille es que tu cuerpo tenía cansancio acumulado. Dale de comer cosas sanas, sal a caminar, duerme, descansa y verás como poco a poco tu mente y tu cuerpo se van recuperando y van surgiendo nuevas ideas, intenciones, ganas. Convertirlas en acción a un ritmo que se adecue a lo que tu cuerpo y mente puedan sostener es un reto.

Parar a hacer nada también sirve para mirar con una perspectiva distinta. Tanto da si es tu propio salón, un bosque, la ciudad en donde habitas. Cuando vamos recuperando nuestro ritmo interno y realmente estamos con nosotros mismos, es decir: no estoy pensando en lo que acabo de hacer ni en lo que tengo que hacer más tarde sino estoy sumergido en ese exacto momento y escucho, toco, huelo sin problemas mi alrededor. Estar haciendo nada es un excelente punto de partida para mirar situaciones desde otros ángulos, ver nuestra vida con perspectiva. Y lo más importante es agradecer que aquí estamos, haciendo nada, por mucho que eso cueste. ¿Y por qué cuesta tanto? pues porque entra nuestra rencorosa amiga: la culpa.

Con todo lo que tengo que hacer!!! Por favor? ¿Cómo no voy a aprovechar para dar vuelta la casa? Si tengo que quedar con todas esas personas que no me importan pero que dije que vería! ¿Cómo se va a quedar por hacer aquello otro?! Y así.

Podemos ser como una especie de militares , con nosotros mismos y los demás, dando constante trabajo para hacer sin ningún análisis ni estrategia sobre lo que quiero para mí, sobre la energía que tengo en este momento para asumir retos nuevos o antiguos. Hacer nada es una posibilidad para re-valorar decisiones anteriores, darles un giro, preguntarnos qué queremos hacer, que no queremos hacer, si hemos podido con la cantidad de cosas que teníamos programadas el año anterior o si nos hemos excedido y casi nos da un síncope intentando conseguirlo.

Hacer nada puede ser un espacio de honestidad con uno mismo. Entonces: nos conviene. Eso podemos repetirle a nuestra cabeza cuando venga con el cuento de la culpa. Nos conviene no hacer nada. Nos conviene parar y hacer lo que necesitamos hacer por nuestra salud mental y física. Y a partir de ahí tomar mejores decisiones. Si estamos todo el tiempo ocupados, si no podemos dedicarnos ni un momento a parar para nosotros entonces ¿De qué estamos huyendo? Reflexión para otro post.

Dedicarse tiempo

Dedicarse tiempo

Dedicarse tiempo en esta época de multitud de actividades no es tarea fácil. O eso parece puesto que la frase que más se escucha es; “no tengo tiempo para eso”. Tenemos habilidad para disponer nuestra agenda de todo tipo de compromisos y actividades pero cuando llega el momento de darnos un respiro, hacer algo que nos gusta o simplemente no hacer nada aparece la frase de “no tengo tiempo”.

Y sí que tenemos tiempo, un tiempo determinado, es cierto, para combinarlo con otras cosas, también cierto. Nuestro trabajo está en ordenar y priorizar el tiempo de tal manera que también nuestras necesidades queden cubiertas. Hay toda clase de maneras de dedicarse tiempo a uno mismo. Algunos prefieren caminar, otros nadar, otros sentarse a pensar, leer un libro, bailar, cocinar, tocar un instrumento, escribir, lo importante es que cuando estés inmersa/o en ese momento te sientas relajado, y lo hagas a tu ritmo. Recuperar el ritmo interno es importante y esta actividad que nos da paz y alegría nos ayuda con eso. Tomar consciencia de que somos capaces de hacer muchas cosas distintas al día, cronometrados, con fechas de entregas, horarios rígidos, etc. nos lleva a un estado de estrés (que aunque sea controlado en algunos casos) tiene impacto en nosotros tanto a nivel psicológico como físico. No tener oportunidad de recuperar nuestro ritmo interno nos puede generar cansancio crónico, insomnio, problemas gastrointestinales, dolor de cabeza, entre otros síntomas psicosomáticos. Recuperar nuestra consciencia corporal para escuchar las señales de nuestro cuerpo y dedicarnos el tiempo necesario para recuperarnos es esencial tanto para nuestra salud física como mental.

Hay veces en las cuales una persona está perdida y no sabe identificar cómo puede dedicarse tiempo, qué puede hacer para sentirse bien. Es una excelente oportunidad para explorar cosas nuevas con otros o con nosotros mismos. El no saber puede genera ansiedad mientras no lo aceptamos, una vez logramos aceptarlo es la base oportuna desde donde salir a explorar. Acordarnos qué nos gustaba hacer de pequeños puede darnos pistas. Hacer algo por fin sin la determinación de que sea productivo sino que nos genere placer. Si voy a pintar no es para hacer el mejor cuadro que haya hecho, sino porque me gusta pintar. Cambiar esa manera de enfocar la actividad es lo que marca la diferencia entre que nos genere tensión o satisfacción. Piénsalo. Pasamos muchas horas al día haciendo cosas para que queden bien. ¿Y nosotros estamos bien? ¿Tan importante es el resultado si no estamos disfrutando plenamente el proceso? Nosotros somos la única persona que nos hace compañía desde el primer día hasta el último sin excepción, así que vale la pena cuidarnos y estar primeros en la lista, ¿No crees?

Guarda un ratito al día para ti. Para preguntarte cómo te sientes, qué necesitas. Escucha el cuerpo y dale el descanso necesario, los pensamientos adecuados y tomate el tiempo para hacer eso que te hace sentir mejor. No lo pospongas. Escríbelo en tu agenda y cúmplelo, tal y como haces con todo lo demás. Cómo cualquier hábito a veces puede tardar un poco en implementarse pero después habrás incorporado tiempo para ti cada día que te reportará muchos beneficios, muchos más que si no te dedicaras ese tiempo. De parar un poco y relajarse nuestra mente (tal y como pasa cuando estamos dormidos) se recupera.

Si tienes oportunidad de estar cerca de la naturaleza aprovéchalo, sal del ordenador o de cualquier dispositivo electrónico y escucha el sonido del mar, de los árboles si están en el bosque. No hay nada como la naturaleza para recordarnos que el tempo en el que interactuamos con el entorno no necesariamente es rápido. Hay un momento para cada cosa y no hace falta estar haciendo más de una cosa a la vez. Si no tienes naturaleza cerca cierra los ojos, escucha el sonido de tu respiración, siente tus propios latidos…Es posible parar. Es posible dedicarse un tiempo. Date permiso.